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jueves, 13 de enero de 2011

continuando con el primer capitulo


-          ¿Suele haber muchas escenas como esta? - pregunto Marcelo

- Así suele ser. cada vez que se presentan cristianos. Ellos hacen frente a cualquier numero de fieras. Las muchachas caminan de frente firmemente desafiando a los leones y a los tigres, pero ninguno de estos locos quiere levantar su mano contra otros hombres. Este Macer ha desilusionado amargamente a nuestro populacho. Era el mas excelente de todos los gladiadores que se han conocido; empero, al convertirse en cristiano, cometió la peor de las necedades.

Marcelo contesto meditativo

-          ¡Fascinante religión debe ser aquella que lleva a un simple gladiador a proceder de la manera que hemos visto!

-          Ya tendrás la oportunidad de contemplar mucho mas de esto que te admira.

-          ¿Como así?

-          ¿No lo has sabido? Estas comisionado para desenterrar a algunos de estos cristianos. Se han introducido en las catacumbas y hay que perseguirlos.

-          Cualquiera pensaría que ya tienen suficiente. Solamente esta mañana quemaron cincuenta de ellos.

-          Y la semana pasada degollaron cien. Pero eso no es nada. La ciudad integra se ha convertido en todo un enjambre de ellos. Pero el Emperador Decio ha resulto restaurar en toda su plenitud la antigua religión de los romanos. Desde que estos cristianos has aparecido el imperio va en vertiginosa declinación. En vista de eso el se ha propuesto a aniquilarlos por completo. Son la mayor maldición, y como a tal se les tiene que tratar. Pronto llegaras a comprenderlo.


Marcelo contesto con modestia:

-          Yo no he residido en Roma lo suficiente, y es así que no comprendo que el lo que los cristianos creen en verdad. Lo que ha llegado a mis oídos es que casi cada crimen que sucede se les imputa a ellos. Sin embargo, en el caso de ser como tu dices, he de tener la oportunidad de llegar a saberlo.

En ese momento una nueva escena les llamo la atención. Esta vez entro al escenario un anciano, de figura inclinada y cabello blanco plateado. Era de edad muy avanzada. Su aparición fue recibida con gritos de burla e irrisión, aunque su rostro venerable y su actitud digna hasta lo sumo hacían presumir que se le presentaba para despertar admiración. Mientras las risotadas y los alaridos de irrisión herían sus oídos, el elevo su cabeza al mismo tiempo que pronuncio unas pocas palabras

-          ¿Quien es el? - pregunto Marcelo
-          Ese el Alejandro, un maestro de la abominable secta de los cristianos. Es tan obstinado que se niega a retractarse.
-          Silencio. Escucha lo que esta hablando
-          Romanos, - dijo el anciano -, yo soy cristiano. Mi Dios murió por mi, y yo gozoso ofrezco mi vida por El.

Un bronco estallido de gritos e imprecaciones salvajes ahogaron su voz. Y antes que aquello hubiera concluido, tres panteras aparecieron saltando hacia el. El anciano cruzo los brazos, y elevando sus miradas al cielo, se le veía mover los labios como musitando sus oraciones. Las salvajes fieras cayeron sobre El mientras oraba de pie, y en cuestión de segundos lo habían despedazado. Seguidamente dejaron entrar otras fieras salvajes. Empezaron a saltar alrededor del ruedo intentando saltar contra las barreras. En su furor se trenzaron en horrenda pelea unas contra
otras. Era una escena espantosa. En medio de la misma fue arrojada una banda de indefensos prisioneros, empujados con rudeza. Se trataba principalmente de muchachas, que de este modo eran ofrecidas a la apasionada turba romana sedienta de sangre. Escenas como esta habrían conmovido el corazón de cualquiera en quien las ultimas trazas de sentimientos humanos no hubiesen sido anuladas. Pero la compasión no tenia lugar en Roma.

Encogidas y temerosas las infelices criaturas, mostraban la humana debilidad natural al enfrentarse con la muerte tan terrible; pero de un momento a otro, algo como una chispa misteriosa de fe las poseía y las hacia superar todo temor.
Al darse cuenta las fieras de la presencia de sus presas, empezaron a acercarse. Estas muchachas juntando las manos, pusieron los ojos en los cielos, y elevaron un canto solemne e imponente, que se elevo con claridad y bellísima dulzura hacia las mansiones celestiales:

Al que nos amo,
Al que nos ha lavado de nuestros pecados
En su propia sangre;
Al que nos ha hecho reyes y sacerdotes,
Para nuestro Dios y Padre;
A el sea el dominio
Por lo siglos de los siglos
¡Aleluya! ¡Amen!

Una por una fueron silenciadas las voces, ahogadas con su propia sangre, agonía y muerte; uno por uno los clamores y contorsiones de angustia se confundían con exclamaciones de alabanza; y estos bellos espíritus juveniles, tan heroicos ante el sufrimiento y fieles hasta la muerte, llevaron su canto hasta unirlo con los salmos de los redimidos en las alturas.

seguiremos con esta extraordinaria historia.

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